martes, 1 de diciembre de 2009

músico ziryab



Huyendo de la envidia de su maestro en la corte de Damasco, el año 822, en pleno esplendor de los Omeyas, llegó a nuestra ciudad Abu al-Hassan Alí Ibn Nafí, un hombre lleno de talento, en la composición y en la interpretación de melodías.


El que llamaban Ziryab, (en árabe significa mirlo), por su tez oscura y voz melodiosa, se ganó enseguida la admiración y el respeto de los cordobeses y su joven emir: Abderramán III.

Músico notabilísimo, también fue un exquisito cocinero a quien se le atribuye la modernización de la cocina del Califato y la creación de una cocina autóctona de Córdoba, introduciendo en ella los espárragos, que trajo de Bagdad, y propagando su cultivo. A él le debemos, según se cuenta en el libro, las albóndigas y el escabeche aderezado con vinagre y especias. Y es así como a la ya placentera mesa andalusí llegaron manjares a base de frutos secos y especias y una especie de pisto precursor del actual (elaborado con fritura de aceite de oliva con berenjenas, calabacines, cebollas y membrillo aromatizado).

Enseñó a los señores de Córdoba que los vasos de cristal eran más apropiados para degustar el vino que las pesadas copas de oro, y que los platos de un banquete no deberían probarse en un grosero desorden, sino comenzar por las sopas, los entremeses, seguidos de los pescados y luego las carnes, para concluir con los golosos postres de los obradores de palacio y las diminutas copas de licor.

Les enseñó a deleitarse con el sabor de los espárragos trigueros, que ellos ignoraban, aunque sus tallos crecían espontáneamente en Al-Andalus, y con guisos de habas tiernas.

Dictaminó que desde mayo a septiembre convenía vestirse de blanco, transparentes y colores y que los tejidos oscuros debían reservarse para los meses de invierno. Les enseñó el gusto por el cuidado del cabello, la manicura y la limpieza y la suavidad de la piel, llegando a fundar un instituto de belleza además, por supuesto, de una escuela de música.

También fue el que introdujo el juego del ajedrez en Al-Andalus.

Algunas costumbres y supersticiones persas que vinieron con él todavía perduran: el juego del polo, el temor a los antojos de las embarazadas, la certidumbre de que los niños que juegan con fuego se orinan en la cama y que ingerir rabos de pasa es bueno para la memoria, el miedo a los espejos rotos y al número trece.

Y todas estas cosas que hoy nos parecen tan conocidas y naturales nos las trajo este músico.

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