sábado, 14 de febrero de 2009

el almendro



Dicen que en Qurtuba, los últimos años del s. X, cuando Abd-al Rahman era el primer califa omeya independiente de Bagdad, éste hizo plantar toda la sierra cordobesa de almendros para que Azahara, su esposa granadina, no llorara más añorando la blancura de Sierra Nevada.

En la mitología griega se cuenta que Fílide, princesa de Tracia, se enamoró de Acamante, un joven combatiente de la Guerra de Troya. Cuando ella conoció de la destrucción de la ciudad todos los días acudía a la costa a ver la llegada de la flota ateniense, esperando encontrar el barco de su amado, pero no llegaba. Al noveno día de infructuosa búsqueda la joven murió de pena, creyendo que él había muerto. Y la diosa Atenea metamorfoseó el cuerpo de ella en un almendro. Al día siguiente de la reparación de la nave llegó Acamante, que ya sólo pudo acariciar la corteza del árbol. Entonces, Fílira, desde su naturaleza arbórea, respondió a su amor floreciendo de repente, antes de que hubieran brotado sus hojas. Desde entonces todos los años los atenienses danzaban en honor de los enamorados de la misma manera que los almendros siguen manteniendo su peculiar floración.



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